El arquitecto ha tenido que vivir siempre acompañado por un eterno dilema, un dilema que se daba ya en la construcción de las pirámides de Egipto, de las catedrales románicas, góticas, barrocas y renacentistas, en la construcción del Movimiento Moderno y que aún sigue dándose en nuestros días. Es un dilema del que ningún arquitecto se ha podido librar en la historia de la humanidad y que nunca va a desaparecer.
El detonante
Hace unas semanas decidí escribir la crítica al edificio de las Setas en la plaza de la Encarnación de Sevilla. Pensé que sería interesante compartir con todos vosotros la opinión de un arquitecto basada en fundamentos arquitectónicos acerca de una obra de arquitectura trascendente y representativa de nuestro tiempo. Considero que la intervención de las Setas es globalmente una buena aportación a la ciudad de Sevilla.
Unos días después llegó hasta mí un artículo periodístico gracias a mi amiga Virgnia de Estudio a Escala con el siguiente título: Las setas de la Encarnación costarán ahora a cada sevillano 143 euros. Poco a poco fui investigando y vi que este no era el único artículo que iba en este sentido. El edificio de las Setas, a los ojos de muchos medios de comunicación era un derroche innecesario, un gasto excesivo y fuera de control, que se estaba retrasando en el plazo, que estaba costando dinero al ciudadano y que además dañaba la imagen de la ciudad. La imagen de una ciudad tradicional, cuyo centro histórico parece ser intocable.
El gran dilema
En este momento fui consciente del gran dilema que sufre todo arquitecto.
Por un lado el arquitecto tiene la voz de la ilusión, la que analiza las necesidades de un proyecto y propone la mejor solución posible, aquella que ofrezca las mejores cualidades arquitectónicas. Y, por otro lado, el arquitecto tiene la voz de la realidad, que le urge en plazos, le constriñe en presupuestos y le ataca con duras críticas, fundadas o infundadas.
Gracias a la voz de la ilusión, el arquitecto hace todo lo posible por ofrecer:
- El mejor edificio posible al menor precio
- El edificio que mejor resuelva las necesidades de su cliente, el que sea más útil y bello para los usuarios
- El edificio que mejor encaje en su entorno urbano, el que resuelva de manera más eficiente y armónica las circulaciones
- El edificio que distribuya de manera más ordenada y proporcionada las diferentes funciones
- Los materiales que soporten con mayor dignidad el paso del tiempo, aquellos que acompañen al edificio a lo largo de los años y cuya belleza sea eterna.
Por la voz de la realidad, el arquitecto debe:
- Recibir críticas de cualquier persona, con formación o sin ella, porque la arquitectura afecta a la ciudad y a la forma de vivir de sus habitantes
- Coordinar y motivar a un gran equipo formado por el cliente, los técnicos, los contratistas y los subcontratistas y ponerlos de acuerdo en la persecución de un ideal común: obtener el mejor proyecto posible.
- Saber discernir si cada agente de la construcción está trabajando por el bien del proyecto o solo pretende enriquecerse, a costa de la calidad del conjunto.
- Ajustarse a un presupuesto que siempre es escaso en comparación con las expectativas del cliente
- Ajustarse y hacerse responsable de unos plazos limitados que en la mayoría de los casos no ha impuesto y que varían sin que él tenga nada que ver en ello.
- Recibir la presión de los medios de comunicación , especialmente cuando se trata de obras dependientes de presupuesto público
Esta doble realidad a la que se tiene que enfrentar el arquitecto en el día a día es una dura lucha entre los intereses del proyecto y todo el conjunto de condiciones externas que le afectan.
Por eso,
- la sola lucha diaria en defensa de una arquitectura de calidad es ya de por sí digna de alabanza
- conseguir acabar dignamente un proyecto, en plazo y presupuesto y conseguir que el cliente, los usuarios y el resto de agentes estén satisfechos es toda una proeza.
Saber llevar esta lucha a buen puerto y construir un edificio digno no es fácil. Requiere mucha experiencia. Por eso se hacen concursos para jóvenes arquitectos de hasta 40 años. También se dice que un arquitecto no lo es realmente hasta que cumple 50 años. Hacen falta muchos conocimientos teóricos y mucha experiencia práctica para conciliar los intereses del proyecto con los de todos los agentes implicados.
De la voz de la ilusión se habla extensamente en la Escuela de Arquitectura y en las revistas y libros de Arquitectura. Pero de la voz de la realidad nadie te habla sincera y abiertamente hasta que es ella quien te persigue cuando empiezas a ejercer la profesión. Si eres estudiante y quieres recibir una dosis de realidad antes de que sea demasiado tarde, haz prácticas de empresa, en una o varias ocasiones. Esto te permitirá saber si el camino que estás haciendo te lleva hacia donde tú quieres.
Una cuestión milenaria
Este dilema ha existido siempre. La construcción de cualquiera de los edificios que hoy admiramos como maravillosas obras de arte, ya sean palacios, catedrales, casas unifamiliares, edificios de oficinas o museos estuvieron sometidos a condiciones similares. Cualquier edificio institucional o eclesiástico de estilo barroco en cualquier ciudad del mundo no fue aceptado con facilidad por sus ciudadanos porque seguro que “no encajaba”. Además estaba construido en gran parte con dinero público por lo que seguro que no hizo ninguna gracia derrochar el dinero de todos. Mientras duraban las obras había grandes detractores que seguro criticaban duramente aquella monstruosidad y a las personas encargadas de ello.
Sin embargo hoy los observamos como obras de arte. Pensamos que han estado ahí siempre y que es maravilloso que en aquella época tuvieran tan buen gusto para construir, no como ahora, que sólo se hacen atrocidades.
Pues en aquel momento en que se construyeron los más importantes templos griegos, las grandes pirámides de Egipto, las basílicas otomanas, la torre Eiffel y todos los monumentos que hoy admiramos, todos ellos en su época eran atrocidades. Así que más nos valdría a todos tener más respeto por el trabajo de los demás. Hacer construcciones de calidad no es fácil, innovar es poner en tela de juicio lo existente y esto no gusta.
Ánimo
De todas las atrocidades construidas en el pasado y que hoy declaramos como monumentos de la humanidad, el arquitecto ha sido siempre el intermediario último responsable, el que ha tenido que dar la cara para bien y para mal de lo que ocurre en la obra.
Por eso, quiero dirigirme a ti, arquitecto que estás en activo:
Has de saber que no estás solo y que no eres el único al que le ocurre. Mantente firme en tus ideales. La lucha es dura pero efímera; el resultado merece la pena y perdurará en el tiempo.
La arquitectura influye de manera decisiva en las ciudades mueve grandes presupuesto, lo que la convierten en blanco fácil para las críticas.
Todo arquitecto lucha constantemente por defender la calidad del proyecto frente a nocivas influencias externas
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Y tú, ¿qué opinas? ¿Crees que de verdad el arquitecto sufre este dilema en el ejercicio de su profesión? Déjanos tu opinión en la sección de comentarios
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